Жаль,что фотография обрезанная. Они из этой статьи о Мариано(2007 г.)
Mariano Álvarez, un lustro en tablas lejanas [/size]
Luego de una muerte prematura, de esas que dejan un sinsabor inexplicable, el irreverente actor caroreño aún permanece en la memoria del público. Hoy, cinco divas venezolanas le rendirán homenaje en la Casa del Artista
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MARJORIE DELGADO AGUIRRE
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Mariano Álvarez no es el primero en la lista de los actores más recordados. Quizás otros nombres suenan mucho más en los laberintos de la memoria colectiva, pero quienes lo recuerdan enjuagan su imagen con buenas palabras, dictadas por la certeza innegable de un talento como el de pocos.
Seguramente, la fisonomía de este actor se le dibujará más claramente al leer el nombre de Nicolás Feo, famoso personaje de la novela Paraíso con el que conquistó a la audiencia televisiva en la década de los 80. "Nicolas Feo es un karma con el que estoy cargando desde hace años, pero al que tengo que agradecer mucho", dijo en 1994 en una entrevista. No obstante, insisten quienes trabajaron con él, Álvarez fue mucho más allá del asesino del bastón. Seguras de ello, Carlota Sosa, Tania Sarabia, Beatriz Valdés, Amanda Gutiérrez y Elba Escobar, cinco divas venezolanas, le rendirán homenaje hoy, a las 11:00 am, en la Casa del Artista.
Mariano Álvarez, quien falleció el 19 de junio de 2001 -a los 49 años de edad- a causa de una esclerosis múltiple, fue un empeñado del teatro, del teatro retador, de los parlamentos que no le ponen las cosas fáciles al histrión. Cuando era niño prefería ser director del centro literario y de teatro que ponerle atención a los enlaces del carbono. Incursionó en carreras como letras, psicología y psicopedagogía, pero sus apremios eran guiados por otras pulsiones. Su obsesión fue, entonces, una sola: no ser un actor más. Por eso se unió al Teatro Universitario, dirigido por Herman Lejter, y luego, sabiendo muy poco de inglés, se fue a la East Acting School de Londres donde estudió artes dramáticas por siete años.
En esa exigente plaza teatral comenzó a construir una reputación envidiable como actor. A partir de entonces se impuso en abundancia el ejercicio del verbo hacer y actuó en diversos montajes como El dorado y el amor, La máquina Hamlet, Humboldt y Bondpland, entre otros.
"Fui uno de los pocos de aquí que lo vio actuando en los escenarios londinenses.
Me impresionó ver cómo actuaba de igual a igual, sin el menor acento, con los más importantes actores ingleses.
Inmediatamente después de verlo, le pedí que protagonizara Viaje de una largo día ha cia la noche, pieza con la que corroboré mi primera impresión: se trataba de un actor nato, sumamente inteligente, que construía sus personajes mezclando perfectamente la pasión con la razón y que, además, era un ser humano de una sensibilidad especial y muy inteligente, lo cual es una bendición para cualquier director", señaló Ugo Ulive, para quien Álvarez trabajó en diversos montajes.
Los aprietos del bolsillo hicieron que Álvarez incursionará en la televisión. Empezó con una miniserie titulada Bolívar, que no tuvo mayor suerte. Luego vino, La encan tada, Paraíso, Inés Duarte secretaria, Por estas calles y Mujer secreta, entre otras. En una oportunidad le preguntaron porqué hacía telenovelas y él, que no temía dar respuestas políticamente incorrectas, contestó: "For the color of money". No obstante, luego de protagonizar e incluso participar en la dirección de algunos dramáticos televisivos reconoció que era un medio en el que se podía divertir trabajando con seriedad. Gracias a su personaje de José Gregorío Hernández, en El siervo de Dios, se ganó la buena fe de muchos televidentes.
Tanto en la pantalla como sobre las tablas adquirió fama de galán, pero Mariano Álvarez, ajeno a la brasa de vanidades superfluas, insistió en que nunca se sintió como tal.
"Yo la verdad nunca he entendido el verdadero significado de ese epíteto", decía. Pero lo cierto es que su estampa era detonante de más de un halago. Luigi Sciamanna afirma que siempre se impresionaba de ver cómo en los teatros se oían suspiros "e incluso gemidos", entre las mujeres de que asistían a las funciones que ofrecía Álavrez.
También fue hombre de cine. De hecho, para el día de su muerte, las pantallas de las salas venezolanas proyectaban Manuela Saénz, la película de Diego Rísquez, en la que interpretaba a Simón Bolívar.
"Era un actor con el que no necesitaba ahondar en explicaciones sobre lo que quería en la escena. Se dejaba dirigir, pero también me sorprendía gratamente. Se aislaba en su propio mundo para adentrarse en su personaje", recuerda Rísquez. Además de esta cinta, participó en Reynaldo So lar y Cien años de perdón de Alejandro Saderman.
Quienes compartieron escenarios, sets y locaciones con Álvarez coinciden en que era un obsesivo por los detalles, por la investigación sobre la época de cada personaje, por el análisis del contexto y sobre todo por la reflexión sobre su desempeño. "Era muy estudioso, creativo, abordaba con profundidad cada detalle. En Venezuela hay muy buenos actores, pero creo que no existe uno tan integral como Mariano. Además, se quedó con muchas cosas en el tintero, entre ellas una novela que estaba escribiendo para el momento de su muerte", destaca Amanda Gutiérrez, quien se convirtió en una buena amiga luego de protagonizar junto a él la novela Inés Duarte, secretaria.
Según Alejo Felipe, Álvarez "abordaba el trabajo con vehemencia, en oportunidades se hacía absorbente, enfebrecido, fastidioso y aparentemente pedante para los compañeros que abordan la tarea con facilismo. Tenía la extraña facultad de llegar al público en todos los medios que abordaba. No se trataba de `representar’ simplemente sino de trascender, de dejar su huella, de obviar la indiferencia, de estar en verdad en `la cancha’, jugando con todo, pisando fuerte".
Mariano Álvarez, estaba convencido de que "actuar es pasarse la vida jugando" y de que "todos los actores somos unos locos". Quizá hoy, cinco años después de su despedida, sigue siendo un loco que juega pisando fuerte sobre unas tablas lejanas.